CONFIESO NO EXISTO

CONFIESO NO EXISTO

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Barcelona, Spain
Olga Domínguez (1979) es licenciada en Filosofía por la Universidad de Barcelona, graduada en Trabajo Social por la UNED y máster en Criminología y Justicia Penal por la Universidad de Glasgow. Es Trabajadora Social en el departamento de Justicia de la Generalitat de Catalunya y también trabaja en investigación sobre temas relacionados con cuestiones de género y derechos humanos. Su primer libro de poemas apareció en 2012, "Medeidades"y en 2020 publicó su su segundo poemario, "El tiempo esquinado". Ha participado en numerosos recitales poéticos junto a los músicos Miguel Aranda y Toni Jiménez y en el festival "Acróbatas" entre otros. Algunos de sus poemas han sido musicados por cantautores diversos, como Javi Jareño o Miguel Angel Bueno.

jueves, 25 de enero de 2018

MI VIDA EN REPOSO; EL MIEDO

Tan solo en sueños, malos sueños. Pesadillas inquietas, sudorosas, de las que conducen al mal cuerpo. Te persiguen, te acechan desplegando un escaparate de violencias que reconoces pero a la vez desconoces. Quieren matarte y lo peor es que nunca lo consiguen. Al menos no de una vez. Te defiendes, huyes, pero todo comienza de nuevo cuando apenas habías alcanzado el primer respiro. Versiones del miedo a ser cazado, torturado o vivir huyendo. Entonces uno despierta y siente que la vida vivida con terror constante es otro asunto. No es que cambie la perspectiva, es que cambia el lenguaje y con él todo sentido. Y de repente, te haces algo más consciente de que así vive medio mundo aquí, de este lado, el real. Luego piensas que, seguramente, también se aprende a vivir con el miedo a cuestas. Sobre todo si has crecido en ese entorno, rodeado de peligros e inseguridad. Y con eso, torpemente, vas y te consuelas. Tú también serías capaz. Aunque, tras esos sueños, durante esos instantes en que ya despierta te sabes a salvo pero sigues sintiendo en la piel las secuelas físicas del miedo, comprendes que aquí, de este lado de la suerte, estamos hechos de otra pasta, fina y endeble. Y entiendes un poco más a Hobbes y las miserias del hombre. Y sientes que ya nada te autoriza a opinar, menos juzgar, desde esta ventana al mundo, desde este,  tu cómodo sillón de las seguridades.
Pero volviendo a aquello, tan solo en malos sueños había experimentado yo el puro miedo. Y luego momentos, aquellos con los que cargamos a cuestas las herederas del sistema patriarcal y su reparto asimétrico de privilegios. Algunas noches volviendo sola a casa por las calles de Barcelona o Glasgow, con las llaves repartidas entre los dedos, el móvil en la oreja mal fingiendo y el temor inherente a la certeza de los que sabemos que lo tenemos claro si nuestra vida depende en algo de que no nos alcancen cuando salgamos corriendo. O en el trabajo, escasos momentos, cuando, por poner un ejemplo, la vida se tensiona en un departamento psiquiátrico. Por segundos, la piel se congela y parece que notas fluir la sangre helada por tu cuerpo. Esos instantes en que se hace presente tu extrema vulnerabilidad, aquella que inevitablemente olvidas en el día a día: desproporción de fuerzas y cobardía. Y hasta aquí el reparto de mi experiencia con el pavor mundano. Lo que, al fin y al cabo, han sido temores pasajeros, ensayos del miedo.
Entonces un día, en el momento justo, cuando pensabas que ya los planetas no volverían a alinearse tan perfectamente en tu horizonte (ya la suerte, aquello que en última instancia no depende de ti,  te ha sido razonablemente favorable un número considerable de veces), con treinta y ocho años y una vida relativamente satisfecha, descubres que llevas tres semanas generando vida. Tú, que llevas tiempo planeando, fantaseando, decidiendo que aún estás a tiempo de establecer ese vínculo, que no crees en conexiones biológicas, solo afectivas y que sin dudarlo y de buen grado hubieras adoptado si hubiera sido una opción factible, descubres, no sé si en el día más feliz de tu vida pero indudablemente  en el más memorable, que estás embarazada.
Y es entonces, justo entonces, cuando la noticia, las hormonas, el inicio del cumplimiento de un deseo (la maternidad voluntaria, no lo olvidemos, es un deseo. Ni un derecho ni una necesidad, tan solo un deseo), cuando los planes proyectados cientos de veces en tu cabeza se convierten en visos de realidad haciendo que experimentes un estado de euforia emocional difícilmente clasificable, es entonces, justo entonces, cuando comienza el miedo. Para algunas nuevo, para muchas dolorosamente familiar. Ese, el inclemente y obsesivo miedo a un aborto espontáneo.
No es un miedo irracional ni absurdo, qué más quisieras. Lo apoyan estadísticas, factores de riesgo y un largo etcétera de eventualidades que no pueden predecirse. Si a esto se añade la detección de un hematoma retrocorial y su respectivo reposo asociado de un millón doscientos noventa y seis mil segundos al servicio de tu cabecita masoca, te garantizo que el miedo está servido. Y esto no tiene que ver con ser negativo. La actitud no es más que una estrategia de confrontación, no vayamos ahora a mezclar conceptos. La gente (me incluyo) nos ponemos muy pesados con lo de ser positivos. Pero es que llega un momento en que ya no quieres, no, ya no necesitas oír más aquello que tú misma has repetido a los demás cientos de veces, eso de que todo va a salir bien. Que se agradece, que te sientes arropado por la emisión de buenos deseos, que qué te van a decir ante situaciones de este tipo (si es que nuestro repertorio expresivo ante la adversidad es limitado, qué le vamos a hacer si no estamos debidamente preparados para ello los habitantes del Mundo Feliz), que te sientes mal ya solo de pensar por dios no lo quiero oír más. Pero es que para los que somos racionalistas, conductistas y a la vez Nietzscheanos (y por esto, según como, un poco marcianos depende del círculo de relaciones que nos rodee), no nos sirve. Así de simple. Como no nos sirve aquello de lo que tenga que ser será, eh, y aún hay más,  que si no es, es que no tenía que ser, ergo  no hay necesidad de preocuparse. Ay no, qué pereza de argumentos. Pero todo esto da igual, porque el miedo, este tipo particular de miedo, está ahí, sigue ahí, instalado en tu cerebro.
Tú, que sabes que la vida que alimentas hoy por hoy, no es todavía un ser humano. Es un deseo, una proyección, un posible, un ser en potencia que todavía no es y quizá no sea jamás por más que visites webs de nombres para niños. Que si lo analizas no es más que el miedo simple a perder la oportunidad de cumplir un sueño y algo más, que es quizás, lo más importante y menos simple de explicar, la culpabilidad. Tan sencillo y tan complejo. Hace unos días un post con foto de la pequeña barriga abultada de la valiente Paula Bonet: autorretrato en ascensor con embrión con corazón parado. ¡Tan difícil entender ese duelo! Pero tú, que hasta hace unos meses hubieras vivido esa interpelación como ajena, de repente empatizas a la perfección con ese dolor hoy en día silenciado y su reclamo de visibilidad.
No se habla mucho de ese 25% de abortos espontáneos en embarazadas mayores de 35. (Ni del 15% de las más jóvenes, ni del 50% de las más mayores). Se habla en foros sí, y en páginas especializadas. Por el anonimato de la red se encuentran cientos de madres que explican cómo viven atemorizadas durante veinte semanas mínimo de su vida. Y cuántas miles más seremos las que leemos sin comentar buscando respuestas, solidaridad. Apoyo en la soledad que trae consigo el silencio de un tema hecho tabú. No se habla abiertamente del aborto espontáneo porque todavía hoy la capacidad reproductiva está asociada a la culpa. Nos sentimos culpables, comenzando, por no ser capaces de gestar. Todavía en el imaginario colectivo resiste la idea de que la función procreadora de las mujeres constituye su esencia. Si no puedes, culpable. El miedo al aborto espontáneo viene precedido en muchos casos por la frustración de llevar meses, años intentando ese embarazo que cuando llega pasa a ser en tu cabeza la última oportunidad. Culpabilidad por aumentar el porcentaje de infertilidad con la edad, por esperar demasiado a tener un hijo. Es tu culpa si priorizaste tu carrera, tu independencia, tus amigos, viajar, realizarte o tomarte un vino al solecito de una terraza. Tu culpa también si no encontrabas al hombre adecuado, ese al que te inculcaron, debes siempre aspirar. El incremento de riesgos asociados al embarazo tardío ya pasa a ser un problema que nos hemos buscado solitas.Y qué decir de las conexiones con la culpa, la gran culpa, asociada al juicio sobre las mujeres que deciden no tener hijos. No culpamos, por supuesto, al gobierno o a un sistema económico y social perverso que convierte tener un hijo en un acto heroico para muchas economías. Que además se encarga de persuadirnos que criar es una rama más del consumismo obligado y por lo tanto favorece los modelos tradicionales de familia. ¡Eh! pero no el comunitario, no te vayas a engañar. Eso es volver a la tribu, al comunismo, herejía y no se hable más. Aquí solo pasa por normativo el modelo tradicional liberal moderno de papá-mamá, que sin dos sueldos no se puede comprar la felicidad de un hijo. Suma y sigue con la culpabilidad. Culpabilidad moral si decides tener un hijo sin pareja, ¡pero cómo! Si te quedas embarazada sin querer tira palanteque qué le vamos a hacer pobre criatura, pero decidirlo porque sí, porque puedes, porque quieres, privarle a un hijo del amor (o desamor, eso da igual, no es lo importante para ellos) de un padre sin que puedas o puedan hacerte la víctima, no se entiende, no  te entienden, luego culpabilidad. Varios abortos espontáneos, culpabilidad. Mejor te callas y no lo cuentes más que a tus íntimos porque ya viste la mezcla de paternalismo y desprecio con que trataron literalmente de infértil a la compañera que sufrió el duelo de las pérdidas por duplicado, el público y el privado. En resumen, eres mujer, eres culpable. Esa culpa, al fin y al cabo, es tan antigua
Quizá debamos comenzar por cuestionar de dónde viene esta anticipación de duelo, que sospecho vivimos tantas mujeres en soledad de pura incomprensión. Hablarlo, seguro nos ayuda. Comenzar a trabajar sobre los orígenes culturales de la culpa. Visibilizar las luces y las sombras de la maternidad, qué intereses y violencias (de género, de mercado) se nos ocultan. No creo que la mayoría aspiremos a vivir un embarazo de anuncio, de barriga perfecta y felicidad sin tregua empapelando de ositos la pared de un cuarto. Aspiramos, sencillamente, a que si nos toca llorar una pérdida seamos al menos capaces de entenderlo. Atravesar ese dolor sin el peso de la culpa, sin el lastre de lo que se oculta y aceptemos, simplemente, que vida y muerte forman parte del proceso. Quizá no logremos achicar demasiado el miedo, pero tal vez hagamos de su curso algo más natural y en este viaje incierto de la maternidad tardía occidental seamos algo más libres y felices en el intento.


jueves, 14 de septiembre de 2017

OBSESIONES

A veces pienso, la gente no tiene remota idea de lo que pasa por mi cabeza. Y aún gracias. Imagina que pudiéramos leernos la mente, sería terrorífico. En mi caso ya de bicho raro hubiera pasado a nerd, que es lo mismo pero intensificado por ser importado. Yo es que entre otras nerdadas tengo el problema de la obsesión. Y es que me obsesiono con boberías. A veces cosas serias, no te creas, pero visto con tiempo y perspectiva, todo parece del tipo tontuno. Pero es que mi cabeza va de obsesión en obsesión, sin perseguir a nadie ni nada de eso eh? Válgame Dios y demás pero me obsesiono con un tema y dale que te dale a pensar en él. Por poner un ejemplo,pondremos uno metafórico, no voy ahora a develar ningun dato más personal de lo necesario, que la gente vamos muy faltos de chismorreo, que lo sé. Sólo me faltaría eso, añadir un guión más a mi lista de cosas por las que sentir vergüenza, esa lista de la que tiro cuando voy falta de la obsesión actual. Sabéis el típico regodeo en situaciones bochornosas? otro truco de mi mente para no dejarme descansar. Pero eso es otra historia… Volviendo a mi obsesión-metáfora. Que me da por el amarillo, pues solo veo coches amarillos, visto de amarillo, sueño en amarillo. Internet por supuesto solo hace que empeorar nuestras miserias, no os parece? Multiplica por mil nuestras personalidades atrofiadas. Al que peca de egocéntrico, zas! Catapulta a la exposición total. Y luego, quien lo sufre? Los amigos, que no saben cómo decir sin herir, nene, que tanta selfie hace feo, como de soledad. No os parece que las selfies provocan algo de tristeza? Aquí habla una que se tira unas cuantas, pero es que cuando estás con amigos y pasándolo en grande, lo que menos tienes ganas de hacer es fotos. A mí me molesta sobremanera hacer fotos cuando lo paso bien. Mira, una pista para saber cuándo me aburro con alguien: nos hacemos una foto? Pero al lío, que ese es otro tema para tratar otro día, cómo y de qué manera me voy por los cerros de Úbeda. Que esto es genético oye, que lo heredé de mi madre. Y cuando nos tomamos un vino, ya ni te cuento. Que las historietas se hacen interminables de tanto preámbulo. Pero en fin. El amarillo. Internet. Ah sí, googleo amarillo en todas sus facetas y derivadas. A veces me da hasta vergüenza porque pienso, alguien puede por remota posibilidad leer lo que estoy googleando? alguien, da igual, un beduino del desierto que conecta una vez al mes en un cyber de Meknes, los diminutos escondidos en Google que nos proporcionan todas las conexiones posibles para responder a nuestras preguntas más inverosímiles, el señor indio al que le dejé como chatarra mi viejo ordenador después de que me rescatara el disco duro. Y es que, curiosamente, el apuro obsesivo llega a depender hasta de gente que ni conozco ni me conoce. Ep, pero y si un día me hiciera famosa y mis trapos sucios se cotizaran? Esto es como el pobre que defiende al capitalismo porque en el fondo fantasea con que el sueño americano se hará realidad con él. Y yo fantaseo, soy una experta en fantasear, pero este es también tema para otro devaneo…

 La gente no sabe lo que pasa por mi cabeza, no. No hasta que leen lo que yo les cuento que pasa por mi cabeza. Pero ni aun entonces se hacen una idea porque entre mi estilo hiperbólico-cómico y mi capacidad talentosa en guardar con extremo recelo lo que no quiero mostrar, ocurre que la idea de mí no deja de ser distorsionada. Y de eso vivo también… pero este es otro tema. El caso es que hoy me he dicho, suelta el buche, déjate de poemas abstractos por una vez y saca tu vena andaluza, que la tienes. Mi obsesión, decía, a veces me quita el sueño. Yo que dormía como un leño, qué feliz, mira. Ahora no es que no duerma, que yo sé que hay gente con problemas serios, y esto mío no es serio, ni lo del dormir, ni lo del pensar demasiado. Son todo aburguesamientos de primer mundo. Lo sé. Pero ay si pudiéramos ver lo que pasa por esos cerebros bien-pensantes y activistas, intelectuales y comprometidos del primer mundo! Todos tenemos mierda que esconder. Digo miserias que esconder. Ok, será que ya llevo dos copas de, cava rosado? De dónde narices salió esta botella de, cava rosado? En fin. Que esto iba de obsesiones y al final parece un abrupto de palabras sin mucho sentido. Sí, me obsesiono con cosas, es difícil de entender con el ejemplo amarillo. Lo sé. Pero quien tenga este problema quizá ya se hizo un poco el dibujo mental. Yo me enfrasco en una idea, a veces  una canción. Y dale que te dale con ello, que uno diría, esto se aborrece de tanto escucharlo, de tanto pensarlo. Un bucle de obsesión. Pero no en mi caso, en mi caso no. Pero ojo, también debo decir, que así como algo viene a mi cabeza para quedarse un tiempo estancado, afincado y enraizado, que parece incluso que lleva toda la vida en mi casa (como en la de Coque Malla), llega un día en que sin motivo aparente, alza el vuelo y desaparece sin más. Y a otra cosa mariposa. Os pasa esto también? Cómo saber si uno trata con distorsiones personales o lugares comunes de la atrofia emocional? Ya no sé. Mi corrector de inglés solía decirme, muy polite, tus frases son demasiado largas y tu vocabulario pretencioso. Pues oye, será la edad o que me tiro a la holgazanería, pero parece ser que me he enmendado. O será que ya no intento impresionar. En cualquier caso, nunca es tarde  si la obsesión es buena y no hay blog que te lo impida. 

viernes, 15 de julio de 2016

NADIE SABE

Dimos por sentado
que amar es la respuesta
a todo escalofrío.
Dormir a cubierta
de piel nueva.
Rugir el hambre
entre copa y siesta.
Aplacar las iras
de todos los comienzos
con fuego de martes
que acuesta a un lunes
cualquiera.

Pero cualquiera puede
muy bien no saber
de todo lo que odiamos
por milésimas de segundo.
De cada no verso
que habló mi boca,
de tantos momentos
sin valor.

Y ahora que me busco
de nuevo en los espejos,
que pregunto en otros besos
si soy yo, o soy otra, o sigo sin existir.
Ahora que sé que fue una gota,
puntada, trazo,
coma, atisbo de escalón,
solo recuerdo de aquel marzo
perder la cuenta del rosario
abrir deprisa esta ventana
y a golpe de escalofrío
temblar por fin.

lunes, 6 de junio de 2016

NUESTROS LIBROS

Déjate llevar
por este viento
que atiza los rumbos
en horas hambrientas.
Será algo más
que cosechar motivos,
adiestrar los ritmos,      
mesar tu voz.   
Aparta las ramas
corazas, la guardia,
y olvida qué somos
mordiendo mi sed.
Pero si apenas quiebran
los retratos
que los raptos nos urjan
estas noches de verano.
Lánzate y viste
de arrojo los cuerpos
que nunca es en vano
el festín de sudor.
Cuando arreste el sueño,
este tiempo vencido
y acaricies mi espalda
para poder dormir,
no temas si siguen
soñando
nuestros libros
a los pies de esta cama.

viernes, 20 de mayo de 2016

COSAS QUE PASAN

Andando
por andar,
contando
retales de vida vieja.
De la presa un nido
del tablón un techo
de la siesta trigo.
Espera, no avances todavía, tiembla.
Del postre al vino
de la rabia al cielo
de hoy nacimos.
Coge mi mano, siente,
en este parque vuelan los sentidos.
Cuando menos
las esperas
pasan cosas,
cosas que pasan
quién sabe,
quizá tan solo
para recordarte que estás vivo.

miércoles, 4 de mayo de 2016

LA HERIDA

Regresar.
Retomar el cauce discontinuo de la búsqueda. 
Allí donde habita el pulso del día osado.

Sentir.  
Sonrisa impávida del corazón en vela. 
La síncopa exacta arropando al miedo.

Despertar.
Vuelta al oficio de contar guijarros, 
urdir palabras, desarmar andamios.

Porque allá donde pudo
fue a penas verdad,
la herida es un cuenco
vacío
entre manos extrañas.